Santa Bibiana fue una virgen y mártir romana que vivió en el siglo IV, en tiempos del emperador romano Juliano II, “el Apóstata”, quien años después de la promulgación del edicto de Milán por mano de Constantino, al ascender al poder, renegó públicamente del cristianismo y se declaró pagano. El periodo de Juliano II constituyó un revés para la expansión del cristianismo, por cuanto se intentó fortalecer la religión del Imperio y se reinició la persecución.
La vida de Santa Bibiana, o “Viviana”, está registrada en el “Liber Pontificalis” o “Libro de los Pontífices”, donde se precisa que el Papa San Simplicio mandó a edificar una basílica en Roma dedicada a ella, en la que reposan sus reliquias hasta hoy.
Santa Bibiana nació alrededor del año 347, en el ambiente sereno de una familia cristiana. Sus padres fueron el prefecto de Roma, Flaviano, y Dafrosa, una mujer noble romana; tenía además una hermana llamada Demetria.
Con la llegada al poder de Juliano II en el año 361, Flaviano, ferviente cristiano, fue depuesto y en su lugar fue nombrado Aproniano, un pagano cercano al nuevo emperador. El padre de Bibiana, forzado a retirarse de la vida pública, se dedicó entonces al cuidado de necesitados y perseguidos, y a ayudar a que los cristianos muertos mártires pudiesen tener siempre una sepultura decorosa, de acuerdo a la caridad cristiana. Cuando Aproniano se enteró de lo que estaba haciendo su predecesor, lo mandó a asesinar.
Muerto Flaviano, Dafrosa y sus dos hijas se deshicieron de sus bienes y se retiraron a vivir en la clandestinidad, con la mayor modestia y en oración constante. Ellas sabían muy bien que los tiempos eran malos y debían estar preparadas para soportar la persecución.
Pese al esfuerzo por permanecer oculta, la familia de Santa Bibiana fue ubicada y obligada infructuosamente a renegar de su fe en Cristo. Por tal motivo, Aproniano mandó ejecutar primero a Dafrosa, quien murió decapitada el 6 de enero de 362.
Entonces, Aproniano intentó forzar la apostasía de Bibiana y de Demetria pero con otro método: las encerró en una celda y les retiró todo alimento. Demetria murió de hambre, antes de que pudiesen someterla a la prueba más cruel. Bibiana, que no corrió la misma suerte que su hermana, enfrentó al prefecto quien, para debilitar su voluntad, no la mató en ese momento sino que la confió a una alcahueta. Como el sinuoso intento fracasó, Aproniano ordenó que Bibiana fuera atada a una columna y flagelada.
Llena de llagas en todo el cuerpo, habiendo soportado dolores indecibles, Bibiana entregó su alma a Dios en el altar del martirio, por amor a la fe. Aunque los soldados echaron su cuerpo a los perros, unos cristianos lograron rescatarlo y lo sepultaron junto a las tumbas de sus padres y de su hermana, muy cerca de la casa en la que vivió. Poco tiempo después, cuando la persecución acabó, los cristianos hicieron del lugar un sitio de culto donde iban a rezar. Décadas más tarde, el Papa Simplicio ordenó la construcción de la actual basílica dedicada a la Santa, ubicada sobre el monte Esquilino.
Santa Bibiana es patrona de epilépticos e intercesora frente al dolor físico, especialmente los relativos a la cabeza, o cuando hay convulsiones.