Domingo, 10 de enero de 2021
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,7-11):
En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»
Palabra del Señor
COMENTARIO DEL EVANGELIO
Por: Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
¿BAUTIZADOS, O PASADOS POR AGUA?
• Cuando yo era un crío, de vez en cuando, nos preparaba mi madre para cenar “huevos pasados por agua”. Esto es: un huevo que no está ni crudo ni cocido. Que ha estado en agua hirviendo, sin terminar de cocerse. No era mucho de mi agrado la receta. Y siempre le preguntaba a mi madre por qué no lo cocía del todo, por qué lo dejaba medio crudo. Y siempre me decía: porque esto no es un huevo duro, sino un huevo pasado por agua.
¿Qué a qué viene esto de los huevos pasados por agua? Pues a que “bautizarse” significa literalmente “sumergirse”, hundirse en el agua -como si uno se ahogara o muriera-, «cocerse» al calor del Espíritu, para, al salir, aparecer como una persona nueva, como un “hombre nuevo”, como un “resucitado”. Bautizarse es dejar que el agua y el Espíritu me transformen profundamente por dentro. Mejor dicho: me vayan transformando con el paso del tiempo, porque es todo un proceso existencial. No ocurre todo de golpe, y el bautizado tiene que poner también algo de su parte (como también la Comunidad Cristiana que le acoge).
• El Bautismo de Juan era un poco como «pasar por agua»: significaba «reconocerse pecadores», y el «deseo de cambiar de vida». Era un «bautismo de conversión para el perdón de los pecados», de apertura al futuro Mesías que estaba por llegar. Pero la cosa no iba mucho más allá: no recibían el perdón de los pecados por el hecho de bautizarse, era una actitud nada más, un signo. Por eso el bautismo que recibe Jesús y el bautismo cristiano son profundamente distintos. El Bautismo cristiano está relacionado con la Pascua de Jesús y el envío de su Espíritu, con la incorporación a la Comunidad eclesial. No nos bautizamos «imitando» el ejemplo de Jesús, sino participando de la transformación que conlleva su Paso/Pascua hacia el hombre nuevo resucitado.
• ¿No habremos estado fomentando en nuestra Iglesia muchos cristianos en plan “pasados por agua”? Cristianos más bien «blanditos» y frágiles, que se «cascan» como un huevo medio crudo, y se desparraman con toda facilidad, cuando se presentan las primeras dificultades? ¿Por qué hay tantos bautizados que no viven su fe, que no se les nota en su vida nada expresamente cristiano, evangélico? Incluso han abandonado la fe, y su vida sigue adelante sin nostalgias. Eso de «creer» no les aportaba nada esencial ni necesario.
Un cierto número de padres (aunque ellos mismos fueran bautizados en su momento), optan por retrasar o prescindir del bautismo de sus hijos. ¿Razones? Pues no es raro que te digan, por ejemplo, que no quieren «imponerle» al niño su fe… que es mejor que lo elija por sí mismo cuando sea mayor… Esta «justificación» me parece un poco «falaz»: si fueran del todo coherentes con ella… tendrían que abstenerse también de decidir si lo llevan a un colegio bilingüe o no, para no imponerle otro idioma. O tendrían que renunciar a tener más hijos, para no «imponerle» al que ya tienen otros hermanos. Ni debieran elegir llevarle a un centro público, o concertado o en el extranjero… hasta que la criatura pueda decidir por sí misma. Como tampoco debieran «imponerle» ninguno de su valores o tradiciones familiares, o…
• Porque un niño no vive su crecimiento personal de una forma neutra, indiferente, sin ninguna influencia. Es imposible. Su vida no es una página que pueda permanecer en blanco hasta que tenga la capacidad de decidir por sí mismo, porque las personas con las cuáles convive, la familia, las distintas instituciones sociales y los ambientes van dejando sus huellas en él. Pretender que el niño crezca al margen de toda influencia y después que él libremente escoja es muy ingenuo. “Si no enseñamos a nuestros hijos a seguir a Jesús, el mundo les enseñará a no hacerlo.” Hay también problemas teológicos: eso del pecado original, y de que el niño «necesite» ser limpiado de tal pecado… O si bautizarles les hace más hijos de Dios que los que no están bautizados… No vamos a entrar aquí en estos asuntos, porque sería muy largo para nuestra reflexión.
• Pero lo cierto es que los padres eligen mil cosas en nombre de sus hijos, todas aquellas que les parecen las mejores para ellos, porque los aman incondicionalmente. Si la fe cristiana es relevante para ellos y afecta a sus opciones y estilo de vida… querrán que sus hijos también la compartan. Es importante y bello que, cuando unos padres reciben el regalo de una vida que cuidar, acompañar y educar, cuenten con la bendición de Dios. Y en el Bautismo piden que Dios Padre bendiga a su hijo. Esto no hace nunca mal a nadie. Y a la vez, reconocen que esa vida les llega de Dios, que no les pertenece, que no lo quieren «formar» a su capricho, o consentir que la sociedad los forme según sus intereses, sino «como Dios quiere», con todos los valores y criterios que le ayudarán a ser una persona madura, solidaria, profunda, fuerte ante las dificultades…
• En el Evangelio, el Padre Dios proclama públicamente: «Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco», desde siempre y para siempre. Y derrama sobre él todo el poder de su Espíritu, haciéndole su Templo, su consagrado, su Mesías. Algo similar ocurre con nuestro Bautismo, y los padres habrán de ocuparse (junto con la Comunidad cristiana, claro) en irle mostrando cada día lo que eso significa, hasta que sea capaz de experimentarlo por sí mismo. Todo niño es hijo de Dios, -bautizado o no-, pero quien ha sido bautizado (y no pasado por agua) podrá conocer a su Padre del cielo, sentir su amor, su guía, su fuerza y vivir cada día con Él y para Él…
«Ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo supone encontrarse con Dios y sabernos acogidos por él en medio de la soledad; sentirnos consolados en el dolor y la depresión; reconocernos perdonados del pecado y la mediocridad; sentirnos fortalecidos en la impotencia y caducidad; vernos impulsados a amar y crear vida en medio de la fragilidad. ¿Para qué ser bautizados/tener fe? Para vivir la vida con más plenitud, para vivir incluso los acontecimientos más sencillos e insignificantes con más profundidad. Para atrevemos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo; para permanecer abiertos al amor, la verdad, la ternura que hay en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida». (René Cesa Cantón)
• ¡Qué sencillo y breve lo ha descrito Pedro, al resumir la vida de Jesús!: «Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, porque Dios estaba con él». Y esto ni mucho menos sobra en nuestro mundo de hoy. Más bien es urgente y necesario. Y el Señor puede seguir haciéndolo con ayuda de sus discípulos, como instrumentos suyos, siempre que en vez de estar «pasados por agua», estemos cocidos y empapados por el Fuego del Espíritu del Resucitado. Está muy bien que los bautizados comencemos el año reanimando, profundizando y dando mayor testimonio de lo que somos: Los Hijos amados de Dios, que hemos recibido también su Espíritu para pasar por esta vida haciendo el bien.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo