“La justicia es como las serpientes, pues solo muerden a los descalzos”. Eduardo Galeano
Los países en desarrollo avanzan más rápido cuando se cumple con el orden establecido, con la constitución y las leyes; cuando se castigan todas las infracciones a estas, no importa quien las cometa ni el tamaño de las mismas. Lo importante es que se aplique un régimen de consecuencias para que se logre el temor a la justicia, algo que se ha ido perdiendo en los últimos años.
Con mucha preocupación observamos cómo nuestros niños, jóvenes y adolescentes se cuestionan cómo personas ligadas al: narcotráfico, sicariato, crimen organizado, lavado de activos; a la corrupción pública y privada, a carteles, al tráfico de armas, contrabando, falsificaciones, violación de menores y acoso sexual, entre otros, son puestas fácilmente en libertad o simplemente condenadas al pago de una fianza, aun con todas las pruebas fehacientes en su contra. Cuando esto sucede, estas personas continuarán delinquiendo.
A ellos se les está enviado una mala señal y un mensaje equivocado cuando observan cómo estas personas son detenidas con “las manos en la masa” y no sucede nada. En cambio, a los infelices, a los que no tienen arraigo, a los que cometen una simple violación, se les aplica todo el peso de la ley.
En un país donde los ciudadanos no le temen a la justicia, porque creen que todas sus faltas, violaciones, delitos e infracciones, las resolverán con dinero, con relaciones o con el tráfico de influencias políticas. Donde no se respete el orden constitucionalmente establecido, es una sociedad condenada al fracaso. Por el contrario, cuando los ciudadanos reconocen que si cometen una violación a las leyes, sea esta voluntaria o involuntaria, cada vez pondrán un mayor cuidado para no volver a cometer dicha infracción, pues nadie puede estar colocado por encima de la ley. Para poder lograr estos resultados el sistema judicial debe ser aplicado enérgicamente en todos los niveles.
Lamentablemente, la no aplicación de una justicia enérgica y oportuna, contribuye a promover y a incentivar la ocurrencia de hechos y acciones dolosas y pecaminosas. A esto se debe la gran cantidad de jóvenes que se dedican a diferentes actos delincuenciales y a que gran parte de la sociedad no confíe en el Poder Judicial, lo que está llevando a algunas personas a quererlo aplicar con sus propias manos, dando lugar a los denominados “linchamientos”, lo que constituye una total aberración humana.
Hay que poner ejemplos y empoderar a las autoridades para que cuando descubran, observen o detecten una infracción a las leyes, independientemente de quien la cometa (funcionarios, hijos de estos, empresarios, militares de altos rangos, religiosos, entre otros), se respete su accionar y en vez de ser desconsiderados y desautorizados, les sean reconocidos sus méritos, y si es posible, ascendidos y reconocidos, no encarcelarlos o cancelarlos por cumplir con su deber, como ocurre en la práctica, pues estas acciones conllevan a que estas tengan temor de actuar y de someter al orden a los que delinquen, mostrándose indiferentes ante la infracción.
Desde que la justicia sea aplicada consistentemente y se haga sentir con energía, todos los ciudadanos se someterán a su requerimiento y cumplirán con su mandato. Que así sea.
Alfredo Cruz Polanco (alfredocruzpolanco@gmail.com)
El autor es Contador Público Autorizado, Máster en Relaciones Internacionales
y ex Diputado al Congreso Nacional