Roma, 11 de noviembre de 2019.- El Congreso de celebración del 50 aniversario del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús concluyó con una misa en la Iglesia del Gesú y una carta a 57 «mártires» asesinados en los últimos 50 años.
“Continuar el camino abierto por Jesús, sin olvidar nunca la oración, y cada vez más sensibles al grito de los crucificados de este mundo”. Es la consigna que el Padre Arturo Sosa confió a los más de doscientos jesuitas y colaboradores y colaboradoras laicas de todo el mundo que participaron en Roma para celebrar el 50o aniversario del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología entre el 4 y el 8 de noviembre. “Soñamos con un mundo justo, estructuralmente justo», dijo el Superior General de la Compañía en la homilía de la misa que concluyó el congreso, señalando tres compromisos «urgentes» para el futuro: promover «relaciones económicas, sociales y políticas» más justas, fortalecer en la Iglesia y en la sociedad «la participación igualitaria y adecuada de la mujer en los proyectos y procesos», y erradicar «todo tipo de abusos en la sociedad, en la Iglesia y en nuestras obras apostólicas». El congreso también publicó una carta a uno de los 57 «mártires» asesinados en este medio siglo.
El congreso en Roma se celebró con motivo del quincuagésimo aniversario del Secretariado fundado después del Concilio por el entonces superior jesuita, el Padre Pedro Arrupe, y fue una oportunidad «para agradecer, recordar y soñar con el futuro compromiso de la Compañía de Jesús en la misión de reconciliación y justicia», tal y como señaló el Padre Sosa. «Hemos sido llamados a profundizar nuestro caminar con los descartados de la tierra, con los jóvenes, para contribuir en la transformación de las estructuras de injusticia que incluyen detener el maltrato del planeta y poner bonita nuestra casa común”.
La misa se celebró en la Iglesia del Gesú, en Roma, en la que están enterrados San Ignacio de Loyola, fundador de la Orden, y del propio P. Pedro Arrupe, y se conservan reliquias de otros eminentes jesuitas como San Francisco Javier, que «han dado su vida en el servicio de la fe, la promoción de la justicia, el diálogo intercultural e interreligioso -destacó el jesuita venezolano- buscando siempre contribuir a la reconciliación de todas las cosas en Cristo».
«Soñamos con un mundo justo, estructuralmente justo, en el que todos los seres humanos encuentren las condiciones para una vida digna y segura, en el que la variedad cultural sea una expresión del rostro multiforme de Dios, reflejado en todas las facetas de su creación», dijo el Padre Sosa.
La experiencia de esta semana, prosiguió el Superior general: «nos ha recordado una vez más la centralidad de la dimensión espiritual de nuestro compromiso con la justicia social y la ecología
integral, así como el papel inalienable del discernimiento personal y comunitario para que el Espíritu transforme nuestra vida y guíe nuestra acción» y «nos ha convencido también de la necesidad y complejidad de extender la colaboración entre nosotros y con muchos otros que comparten el mismo camino, profundizando nuestra identidad como colaboradores de la misión de Cristo. La humildad nos recuerda que somos una Compañía mínima y nos sentimos parte de una misión mucho más amplia que nos llama a fortalecernos como un cuerpo consciente de ser una Compañía mínima colaboradora, cuyo aporte es posible desde la profundidad de nuestra experiencia espiritual y la profundidad intelectual que ilumina el camino de lo que hacemos».
En particular, «tres elementos se han puesto ante nuestros ojos como necesidades urgentes para luchar por la justicia», aclaró el P. Sosa: «Promover las relaciones económicas, sociales y políticas en las que las personas están sometidas a los procesos de toma de decisiones, producción y distribución de bienes. Abrir los espacios sociales y nuestras instituciones a una participación igualitaria y adecuada de las mujeres en proyectos y procesos. Y darle la prioridad necesaria a la lucha por la erradicación de todo tipo de abusos en la sociedad, la Iglesia y nuestras obras apostólicas».
El superior de los jesuitas recordó que en la audiencia concedida a los participantes del congreso del jueves, el Papa Francisco dijo que: «no basta con acercarse y acompañar a las víctimas de todo tipo de injusticias, sino que «necesitamos una verdadera revolución cultural, una transformación de nuestra mirada colectiva, de nuestras actitudes, de nuestras formas de percibirnos a nosotros mismos y de situarnos ante el mundo».
El Padre Sosa concluyó orando «para adquirir el espíritu de los pobres, para llorar con los que lloran, para aumentar nuestra hambre y sed de justicia, para crecer en la paciencia para acompañar los procesos, para ser compasivos y puros de corazón, para trabajar incansablemente por la paz sin temor a ser perseguidos por la causa de Jesús», y concluyó la homilía invocando a la Virgen de la Estrada para que “ nos recuerde permanentemente la importancia de no abandonar nunca la oración y nos haga más sensibles al grito de los crucificados de este mundo”.
El congreso en su último día también publicó una carta a un «compañero mártir» anónimo, uno de los 57 jesuitas asesinados en estos 50 años al servicio del Evangelio y de la justicia. La misa de apertura fue dedicada a ellos y al Padre Arrupe el lunes, y el Secretariado también editó una publicación específica (https://www.sjesjesuits.global/en/index.php/2019/11/05/jesuit- martyrs-torches-of-light-and-hope/) que recuerda las historias de estas «antorchas de luz y esperanza».
El jueves por la tarde, el Padre General se reunió con las mujeres que asistieron al congreso, quienes señalaron la necesidad de una mayor participación femenina, como el propio Padre Sosa indicó en el discurso de apertura del congreso.
El último día del congreso fue una oportunidad para hacer balance de los cinco «procesos» que surgieron durante las discusiones, tanto en la asamblea como en los diferentes grupos de trabajo, y que ahora necesitan ser profundizados: la conversión personal y comunitaria, la transformación necesaria para la sociedad, la necesidad de una mayor colaboración y un trabajo en red más efectivo, el discernimiento en común y sinodal, y finalmente la importancia de promover una nueva narrativa que incluya a los marginados y apoye el cambio.
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