En Cuaresma reasumimos nuestro bautismo. Por el bautismo somos enviados a evangelizar. El Evangelio de hoy (Juan 4, 5–42) nos ayuda a cotejar nuestro trabajo de evangelizadores con el de Jesús.
Se evangeliza a través de los encuentros personales. Jesús, cansado del camino, tiene sed y le pide a una Samaritana: –Dame de beber.– No importa que judíos y samaritanos no se traten. La Buena Noticia se abre paso a través de los prejuicios. No importa que Jesús esté en una posición de debilidad: él es el de la sed y la Samaritana, la dueña del cubo. El Evangelio engendra generosidad.
¿Cuál es el objetivo de la evangelización? Se trata de que la persona evangelizada llegue a “conocer el don de Dios”, es decir; conozca la generosidad de Dios en su interior. Evangelizar también es ayudar a suscitar una oración vital que brota desde lo profundo del ser y se dirige a Jesús en quien hemos experimentado el don de Dios. La Buena Noticia crea en el interior de la persona evangelizada una fuente que salta hasta la vida eterna.
Con el Evangelio adentro, ahora la Samaritana examina qué vida está viviendo. Jesús le dice, “busca a tu marido”. Y le habla con tanta verdad y dulzura, que la mujer de cinco maridos, no le llama “fresco” sino “profeta”.
El evangelizador no se deja enredar en cuestiones secundarias, como sería, dónde debe ser adorado Dios, sino que va a lo central: el Padre quiere adoradores en espíritu y verdad.
Si evangelizamos bien, esa gente evangelizada continuará evangelizando a otros. Si el Evangelio se transmite bien, la conclusión siempre será la misma: “ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”.
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