No se trata de tecnologizar el aula, sino de escolarizar la tecnología
González Hermoso de Mendoza
Para aquellas personas dedicadas profesionalmente a la Educación a Distancia (EaD), la pandemia por COVID-19 nos ha demostrado que, todo aquello que hemos intentado transmitir durante muchos años acerca de la integración de las tecnologías como mediadoras en la Educación y su potencial para encaminar procesos de innovación educativa, ha sido puesto a prueba durante este (ya largo) periodo de contingencia. Ni los congresos sobre el tema, ni los intercambios internacionales, ni las mismas instituciones de educación abierta y a distancia, habían logrado (re)crear un laboratorio educativo a escala mundial como lo ha hecho esta pandemia. Las experiencias, «buenas prácticas» y publicaciones al respecto se multiplican día a día, como bollos salidos del horno; podríamos decir que existe una por cada docente que se ha visto obligado a migrar sus prácticas presenciales a una modalidad «a distancia», y, en casos privilegiados, a una «en línea». Sin duda, la solidaridad y la colaboración entre las y los docentes en el mundo ha sido admirable y me consta que este gremio ha dado ejemplo de un profesionalismo sin igual y de un gran compromiso. Una vez más, las y los maestros han demostrado tanto su gran valor social como su calidad humana al volverse faros de contención emocional para sus estudiantes.
Sin embargo, tal como lo menciona García Aretio (2020), hasta hace unos ocho meses eran más aquellas personas que seguían poniendo en tela de juicio la calidad, o simplemente, ignorado la educación a distancia digital, y la pandemia las ha hecho surgir de la nada como “expertas”. Ahora sí, la educación a distancia digital es digna de ser tomada en cuenta, ahora sí, el desarrollo de competencias digitales de los docentes y de los estudiantes se revelan indispensables para poder navegar en una llamada Sociedad de la Información, en la que las tecnologías digitales no son sólo herramientas, sino que son puestas en pedestal como actores principales para mejorar las condiciones de educación forzadas por el confinamiento.
Y es en este punto en el que la comprensión del concepto de Educación a Distancia es crucial.
El aprendizaje a distancia necesita de una pedagogía de aprendizaje a distancia” (Chuang et al, 2020).
Es evidente que el acceso a las tecnologías digitales ha sido importante para poder mantener las clases en estos momentos de distanciamiento social: se estima que un 25% de las instituciones educativas privadas en México está a punto de la quiebra como consecuencia no sólo de no poder cubrir las medidas sanitarias dentro de los planteles para enfrentar la “nueva normalidad”, también por la falta de inversión tecnológica (Salazar, 2020). Al no poder impartir las clases “virtualmente”, los padres de familia han decidido no volver a inscribir a sus hijos a esas escuelas, o golpeados por la pérdida de su trabajo, se les hace imposible pagar colegiaturas (aún si las instituciones han aplicado descuentos) sin tener la seguridad de que sus hijos van a recibir la educación por la que se está pagando. En los casos en los que las instituciones sí han puesto a disposición tecnologías, ha quedado en evidencia la triste realidad de la brecha digital educativa entre los estudiantes, cuyos padres no tienen la posibilidad de pagar servicios de internet y equipos de cómputo, y, por lo tanto, se han visto privados del fundamental derecho a la Educación. De acuerdo con la última encuesta nacional sobre disponibilidad y uso de tecnologías de la información en los hogares (ENDUTIH, 2019), 56.4% del total de los hogares mexicanos dispone de Internet mediante conexión fija o móvil. El 76.6% del total de la población urbana son usuarios de este servicio mientras que este porcentaje se reduce a sólo un 47.7% en la población rural (Escotto, 2020; INEGI,2020). En porcentajes mayores al 90%, se reporta que la red de internet es utilizada para entretenimiento, comunicación y para obtener información.
La pandemia de COVID-19 ha supuesto, como en esos casos, un despliegue de creatividad principalmente por parte de las y los docentes, quienes, en cuestión de días y dependiendo del nivel de desarrollo de sus habilidades digitales, sacaron provecho de las herramientas tecnológicas que conocían para dar continuidad a sus clases. Sin embargo, han tratado de recrear una situación de enseñanza presencial, que es lo que en su mayoría conocen, solamente que a través de una mediación tecnológica. Es decir, la atención ha estado centrada de manera urgente en el “CON QUÉ” (redes sociales como Facebook o Whatsapp, correo electrónico, sistemas de videoconferencia, etcétera) más que en el “CÓMO”, porque por la premura y el desconocimiento de los entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje, no les fue posible detenerse en el diseño de los recursos, del aprendizaje y de la evaluación adecuados para la modalidad a distancia.
Los profesionales de la Educación a Distancia digital advierten, con certeza, que:
1) El aprendizaje en línea no es un aprendizaje por videoconferencia y se le ha llamado “aprendizaje en línea placebo” o “falso aprendizaje en línea” (Blas García, 2020)
2) Lo que hemos vivido en la mayoría de los casos desde los inicios de la pandemia es denominado como “Enseñanza remota de emergencia” (ERE), la cual difiere de la EaD porque su primer objetivo no es recrear un ecosistema educativo robusto sino más bien proveer temporalmente de acceso a la instrucción y a las ayudas pedagógicas de manera a que su establecimiento sea rápido y que esté disponible de manera confiable durante la emergencia o crisis. Por ejemplo, es de esta manera como organizaciones no gubernamentales (ONG) implementan el acceso a la educación en zonas en situaciones críticas, utilizando los medios disponibles (como la radio) para cubrir esta necesidad comunitaria (Hodges et al., 2020).
Por todo ello, aquellos nuevos “expertos” que con rotundidad equiparan la EaD con la impartición de clases por Zoom (por mencionar el sistema de videoconferencia que más ha sido usado durante el “encierro”) o la grabación y transmisión de las clases presenciales en los salones, le están haciendo un flaco favor a sus más de 50 años de evolución y que ha sido investigada, aplicada y estudiada: una simple búsqueda en Google Scholar, arroja 1 millón 690 mil resultados en español en 0.04 s y 4 millones 230 mil resultados en inglés en .12 s. Como bien dice el Mtro. David Fernández Dávalos, S.J. (2020): “no se puede entender y emprender una práctica adecuada si no se tiene una teoría y una reflexión, rigurosa, honda y con exigencia. Si lo que pretendemos es enmendar al mundo [y la Educación forma parte de éste], cuánto más rigor y exigencia tenemos que tener que aquellos que sólo se dedican a que siga caminando a sus libres fuerzas”.
¿Qué entendemos entonces por “Educación a Distancia”?
No es de sorprender que nos confundamos con facilidad puesto que al término de “Educación a Distancia” se asocian otros como abierta, flexible, virtual, en línea, híbrida, digital, móvil, basada en internet o en la web, sincrónica, asincrónica y un largo etcétera. Con la llegada de la pandemia, se ha complicado aún más puesto que algunas instituciones han querido dar un toque de originalidad a su propuesta educativa de contingencia (por cuestiones de márquetin principalmente) y han surgido términos como los de presencialidad adaptada o enriquecida, sistema híbrido flexible o mixto autodirigido, aprendizaje líquido o hibridación en línea. Al verse enfrentadas a este “bosque semántico” (como lo llama García Aretio, 2020 b), algunas instituciones han adoptado definiciones muy generales, sin un sustento teórico que las avale, y que han dejado la puerta abierta para que cada docente las interprete según su propia experiencia.
Pongamos orden: “Educación a Distancia” es un término mundialmente aceptado en el año 1982 por el International Council for Distance Education. Lleva implícita la separación física entre docentes y estudiantes, por lo que, tanto la comunicación como la interacción entre ellos, están mediadas. Es muy tentador en este punto decir que la mediación se lleva a cabo únicamente a través de las tecnologías digitales que conocemos hoy en día, caso en el que la llamaríamos “Educación a distancia digital” y sus modalidades “Educación a distancia en línea”, “Educación a distancia semi-presencial” o “educación a distancia híbrida”, de la que se hablará más adelante (García Aretio, 2020).
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Fuente: https://ibero.mx