Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-35):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decirselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
COMENTARIO
Por Padre Eduardo García Tamayo, S.J.
VIDA CRISTIANA, CUBA
LAS MATEMÁTICAS DEL REINO (Marcos 8, 27-35)
Domingos atrás, el evangelio refería una crisis entre los seguidores de Jesús. Un buen número lo abandonó entonces. Tiempo después, camino de Jerusalén, decide replantear sus opciones a los apóstoles. Estos no le ven a otro la pinta de Mesías; por eso, llamados a profundizar en la identidad y opciones del Maestro, Pedro responde: “Tú eres el Mesías”. El apóstol espera la felicitación. En cambio, Jesús les prohíbe tratar de eso y les adelanta las reacciones hacia su persona: rechazo, condena, ejecución y resurrección. Escandalizado, Pedro lo llama aparte para asesorarlo. Nadie consigue seguidores con ese “facebook”.
La reacción de Jesús es reveladora: “Coge para atrás”. Es lo dicho al tentador en el desierto cuando le planteó arrodillarse y adorarlo para triunfar. Atrás es también el puesto del discípulo que sigue al Maestro para aprender, es recapacitar y desandar el camino.
La opción de Jesús no varía. Seguirá adelante aun cuando deba padecer. Su misión implica anunciar el Reino, no solo a los pobres de Galilea, sino también a las autoridades de Jerusalén, lo escuchen o no. Y, de ser rechazado, no agredirá, ni siquiera en legítima defensa. Es la única manera de ser consecuente con lo anunciado: el amor del Padre que ama a sus hijos e hijas, tanto cuando lo buscan como cuando se vuelven contra Él.
¿Habrá forma de ganar la pelea por el Reino perdiéndola ante el mundo? Para las cuentas de Jesús, desde otra lógica y profundidad, lo que hacia afuera luce pérdida, hacia adentro y a futuro es ganancia definitiva. El perdón del Padre no solo es para los buenos, sino también para quienes se adentran en el sendero del mal.
Para el mundo, Jesús va camino de perder, destinado al fracaso de los débiles, que no saben usar el poder o no se atreven a hacerlo. Para los apóstoles, la opción del Maestro les hará perder el favor popular y privarse del botín del caudillo. Ante su Padre y su conciencia, Jesús sabe que el Reino no crece por imposición. Si no hay forma de llevar a todos fraternal y juiciosamente al Padre, aún puede alcanzar el bien de todos por la vía del siervo de Dios -vía dolorosa-, asumiendo la totalidad de las pérdidas. Son las matemáticas del Padre, quien tendrá la última palabra. Jesús responderá por la suya, la penúltima. Si tuviera que darla desde la cruz, está dispuesto. ¿Y nosotros, sus discípulos?
LA FE CON BUENAS OBRAS
(Sant 2, 14-18)
Muestras fe en tus acciones,
porque la fe, sin obras, está muerta;
solo existen razones
y la verdad es cierta
cuando se tiene caridad despierta.
La fe puede salvar
si hay en el alma amor y compasión,
pero es vano el altar
donde inmolas tu don
si no va acompañado del perdón.
Tú dices “Dios te ampare”
al que ves desnutrido y sin aliento…
¿Deseas que compare
tu fe con alimento
que necesita el pobre y el hambriento?
No vale lo que dices
cuando actúas de forma incoherente;
solo te contradices
y ves cómo la gente
reniega de tu fe por mal creyente.