El 31 de octubre la Iglesia Católica recuerda a San Quintín mártir, nacido en la Antigua Roma, aunque el año y el lugar exactos se desconocen. Quintinus o Quintín fue el hijo de un senador romano que se convirtió al cristianismo. La tradición señala que fue bautizado por el Papa San Marcelino y que acompañó a San Luciano de Beauvais en su predicación por la Galia (región que comprendía la actual Francia y parte de Bélgica).
La tradición añade que Quintín realizó curaciones milagrosas y era capaz de expulsar demonios. Por su testimonio suscitó la conversión de muchos paganos y despertó las sospechas de las autoridades civiles. Fue denunciado y llevado ante el gobernador Riciovaro, acusado de ser cristiano. El gobernador preguntó por qué anunciaba la fe en un crucificado, algo considerado deshonroso. Quintín respondió que consideraba lo que hacía como un honor, incluso más grande que ser hijo de un senador.
Riciovaro consideró sus palabras como una afrenta y lo mandó a encadenar y azotar. Quintín fue entonces enviado a un calabozo, aunque por la noche logró escapar. Libre de nuevo, volvió a la predicación. Al ser descubierto, fue apresado nuevamente y llevado a Augusta Veromanduorum (actualmente Saint-Quentin, ciudad francesa). Allí permaneció en un calabozo hasta ser ejecutado. Fue decapitado y sus restos arrojados al río Somme (año 287), aunque pudieron ser rescatados por un grupo de cristianos. Hoy son conservados en la basílica de la ciudad que lleva su nombre.
Curiosamente, el nombre de este Santo permanece en la cultura popular. A mediados del siglo XVI, las coronas francesa y española se enfrentaron precisamente en San Quintín, localidad francesa situada en la región de Picardía. La victoria la obtuvieron los españoles, pero fue tal la violencia y crudeza de la batalla de San Quintín que daría lugar a la frase: “se armó la de San Quintín”.